Para los lectores de fuera de Colombia, éste viejo adagio popular, hace referencia a que los extremos son perjudiciales, prácticamente en cualquier situación en la vida.
Esta pandemia ha despertado ángeles y demonios ocultos en los seres humanos. La mascarilla que ahora todos llevamos, no es capaz de tapar el lado más oscuro de la sociedad.
Mientras desde los balcones de los hogares se aplaude al personal sanitario, al mismo tiempo médicos y enfermeras son amenazados y desterrados de sus propios hogares.
Mientras los científicos se unen para dar solución a un problema de salud pública que ahoga la economía, políticos inescrupulosos sobrefacturan elementos de bioseguridad necesarios para el personal que enfrenta la crisis en los servicios de urgencias.
Imágenes aberrantes se ven a diario en los medios, mientras a los médicos no se les entrega material de bioseguridad, los congresistas y magistrados se encapsulan en trajes espaciales para protegerse del virus.
Todo esto nos muestra, que somos una sociedad enferma, y que lo único realmente extremo de esta tragicomedia es el grado de insensatez humana.
Mientras que los jueces gozan de elementos de bioseguridad, los médicos y enfermeras de urgencias se cubren con bolsas plásticas
La politización de la pandemia es un pésimo ejemplo, el choque de la Organización Mundial de la Salud (OMS) con el gobierno americano, ha diezmado la confianza en las instituciones, y es precisamente la confianza en las instituciones, lo que mantiene viva una sociedad.
Trump aparte de hacer un pésimo manejo de interno de la crisis, ha hecho un manejo externo aún peor. Su búsqueda de un chivo expiatorio, ha hecho que voltee las miradas hacia China y la OMS, buscando culpables de su propia ineptitud.
Al ser hasta ahora, el estado más poderoso del mundo, y al actuar de esa manera tan equivocada, ha dejado una estela de duda en todo lo que sea autoridad, causando un grave daño social, y empeorando aún más la polarización en torno a una situación, que en teoría debería unir al mundo.
En el plano interno, las cosas no van mejor. Aparte de lo anteriormente expuesto, cada uno está tirando por su lado.
Los bancos, con una mirada miope están actuando como depredadores, repartiendo utilidades con el dinero que el gobierno desembolsó, en vez de hacer lo que deben, inyectar liquidez a las empresas. Parecen sentirse inmunes, y no se dan cuenta que después de una cascada en la cesación de la cadena de pagos, la siguiente crisis es financiera.
En economía hay un término denominado “Riesgo Moral” que es una conducta oportunista, que adoptan individuos o entidades, al aprovecharse de una situación para “sacar provecho”. Pues bien, los gobiernos locales, están actuando de esta manera, están inflando las cifras de contagiados y muertes por coronavirus, esperando a cambio subsidios económicos nacionales o internacionales, es decir, están actuando como francos mendigos.
Por otro lado, el sistema de salud colombiano, regido por la Ley 100 del año 93, está mostrando sus graves falencias, el subsidio a la oferta en que se basa, ha dejado un hueco enorme en el presupuesto de hospitales públicos y clínicas privadas, que han visto caer sus ingresos, al no poder realizar otro tipo de servicios de los que dependen el grueso de sus ingresos, tales como cirugías programadas y consultas especializadas. En otras palabras, las instituciones que enfrentan la crisis son las más golpeadas, mientras los intermediarios, llámese EPS, se llenan los bolsillos.
En el mismo orden de ideas, tenemos un sistema de salud ineficiente, administrado por gente aún más ineficiente, la falta de planes de contingencia adecuados, está matando más personas que el propio coronavirus. Diabéticos descompensados, Hipertensos descontrolados, pacientes con enfermedades autoinmunes sin control, una ola de personas deprimidas, aumento de las tasas de alcoholismo, maltrato familiar, qué, en su conjunto, podrían resultar que el remedio fue peor que la enfermedad.
Pero también es hora de hacer una autocrítica al sistema de formación médica. No hemos respondido como la sociedad esperaba, la razón, desde hace ya varias décadas, la formación médica se restringe a cumplir protocolos de manejo, es decir actuar como obreros cumpliendo órdenes. Lejos quedó esa medicina analítica en la que la semiología era la base de la ciencia y el estudio cuidadoso del paciente generaba opciones de tratamiento, ahora el mejor médico es quien cumple al pie de la letra las directrices, sin considerar que cada paciente es un mundo en sí mismo, y que la mente y la compasión son más eficaces que las normas.
Conclusión, el coronavirus nos ha mostrado lo mejor y lo peor de la especie humana, también nos da una oportunidad de corregir el camino equivocado por el que como sociedad, estamos transitando.
Dr. Andrés Naranjo Cuéllar. Médico y Cirujano (USCO-Colombia). Maestrando en Ciencias Avanzadas de la Nutrición (VIU-España). MBA (AISM-USA). Máster en Marketing Farmacéutico (UNED-España).
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